Colombia es uno de los países del mundo donde más se consume aguardiente, bebida profundamente ligada a su cultura popular. Su sabor característico proviene del anís, que se combina con jugo o miel de caña de azúcar, agua y levaduras. El nombre “aguardiente” viene de la sensación de ardor que produce el alcohol al pasar por boca y garganta.
Origen global del aguardiente
El aguardiente tiene sus raíces en los experimentos de destilación realizados por los árabes, quienes concentraban alcohol a partir de productos agrícolas. De ahí proviene el término del latín aqua ardens (“agua ardiente”). Con la expansión del conocimiento hacia Europa, especialmente en España, nació el orujo, destilado de uva que aún se conserva.
El aguardiente en Colombia
En Colombia, el aguardiente tiene un linaje que se remonta al siglo XVIII, cuando llegaron a las costas del país los rones agrícolas producidos en las Antillas. Estas bebidas, elaboradas de manera artesanal con caña de azúcar, agua y levaduras (sin anís), se conocieron con nombres como ñeque, candela, bola de gancho, tapetusa, chapil y viche. Hoy se consideran bebidas ancestrales al tener más de un siglo de tradición en distintas regiones del país.
Las diferencias de sabor dependían de factores locales como la variedad de caña, el agua, el proceso de fermentación y el tipo de alambique, con una graduación alcohólica que oscilaba entre 35° y 40°.
Los primeros aguardientes colombianos
A finales del siglo XIX comenzó la introducción del anís en los rones agrícolas, dando origen a los aguardientes que hoy conocemos. Un caso emblemático es el Aguardiente Amarillo de Manzanares (Caldas, 1885), elaborado con caña gorobeta, agua del río Santodomingo, anís y añejamiento en toneles de roble.
El contacto con la madera otorgaba su color amarillo. Con el tiempo, la Licorera de Caldas creó el Aguardiente Cristal como alternativa “más pura” y luego absorbió la marca Amarillo, manteniéndola hasta hoy.
Las licoreras departamentales y el monopolio
Con la industrialización del país, a inicios del siglo XX, se establecieron las Licoreras Departamentales para regular la producción y comercialización de alcohol. De allí surgieron marcas icónicas como Antioqueño, Cristal, Blanco y Néctar, todas con anís.
Si bien existen bebidas similares en otras culturas mediterráneas (como el arak de Turquía, el ouzo de Grecia, la sambuca italiana o el orujo español), fue en Colombia donde el anís quedó definitivamente ligado al aguardiente como sello de identidad.
El monopolio de las licoreras, apoyado por la regulación estatal, deslegitimó las bebidas ancestrales al considerarlas poco higiénicas o peligrosas por su contenido de metanol. Esto llevó a que sobrevivieran solo en regiones apartadas como el Pacífico (viche), el Caribe (ñeque), el oriente antioqueño (tapetusa) o los Andes nariñenses (chapil).
La apertura del mercado
Este monopolio se mantuvo hasta 2025, cuando la Corte Constitucional tumbó la exclusividad departamental. Desde entonces, Colombia vive un boom del aguardiente premium, con nuevas marcas, innovación y un renovado interés por rescatar las raíces culturales de las bebidas ancestrales.
Un legado que sigue vivo
El aguardiente no es solo una bebida: es historia, identidad y tradición. Al conocer su evolución entendemos mejor por qué forma parte de la cultura popular colombiana y por qué hoy resurgen proyectos que buscan dignificar sus raíces.
👉 En nuestro próximo artículo exploraremos el fenómeno del aguardiente premium en Colombia.
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